Cuatro a Cenar

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Decido la incursión en el mundo de la escritura, un verano de 2011. Pero no será hasta 2015 cuando me lanzo a publicar la primera. Título: Cuatro a Cenar. -03 de agosto de 2015-

Como no podía ser de otro modo, la novela tiene detractores y admiradores, pero lo importante es comprender la historia de amistad que envuelve a los protagonistas. Una amistad por encima de muchas cosas y muchos tabúes, que mucha gente critica, pero que en el fondo, les gustaría vivir una situación así aun sabiéndose efímera.

Algunas opiniones:

«…muy bien llevado el argumento, la atmósfera glamurosa de toda la historia, y la sucesión de voces narradoras…»

«…un final sorprendente que nos habla de la imaginación del autor…»

«…me resulta muy simple, sin ánimo de ofender, y el tema no me interesa mucho, la verdad…»

«…me he quedado con las ganas de echarle de menos y fantasear con sus manos en mi cuerpo…»

«…engancha desde el principio, haciendo vivir al lector situaciones… cargadas de emoción…»

«…lo encuentro como un madurito con ganas de sexo y compañía pero sin encontrar su amor verdadero en ellas…»

«…me gustó, te atrapa rápidamente, la fluidez inicial te lleva en volandas y vas queriendo saber más del protagonista y de la relación que tiene con esas mujeres…»

Como decía, la novela tiene detractores y admiradores y es bueno aprender de los que saben. A fin de cuentas lo más importante de todo esto es que realicé una cosa que jamás pensé que pudiera llevar a término, escribir un libro y disfrutar con ello  —por muchos detractores que tengas— siempre es una experiencia enriquecedora.

Muy enriquecedora.

Mi primera obra. Mi primera incursión en el mundo literario. Aprender a corregir, a editar, maquetar y realizar todo el proceso incluyendo la foto y composición de la portada me ha permitido aprender muchas cosas sobre todo lo que hay detrás de escribir un libro.

He aquí el resultado. Gracias.

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portada libro

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Aquí os dejo una muestra con el primer capítulo.

— 1 —

Todo será diferente.

—No podía entender de ninguna forma qué era lo que le podía haber motivado para hacerme ese regalo. Al principio todo me pareció confuso, después, analizando su forma de hacer las cosas empecé a atar cabos. Recibí la llamada de aquel gran despacho de abogados y al personarme allí al día siguiente, me pusieron al corriente de todo. A continuación me hicieron entrega de un sobre con un billete de avión en su interior —sin fecha— con todos los gastos pagados durante seis días en París. Recuerdo perfectamente, como si fuese ahora, que tuve aquel documento durante un buen tiempo en el cajón del escritorio que tengo en el salón de mi casa, justo frente al piano. Es cierto que saqué al menos dos veces la carta y que la volví a leer antes de decidirme a ir hasta la capital francesa, pero es que, durante aquel tiempo dudé si tenía realmente algún derecho a disfrutar de todo aquello que él me proponía. Por otro lado reconozco que me seducía la idea, y estaba casi segura de que me estaría esperando —continuaba explicando— Le conocía bien. Le conocí muy bien durante el tiempo que duró nuestra relación de profunda e íntima amistad, pero en absoluto llegué a pensar que pudiera acordarse de aquello de lo que tantas veces habíamos hablado. He de reconocer que, en el fondo, no me pilló del todo por sorpresa. Sabía que tenía algo bueno guardado muy dentro y que algún día emergería… y todo aquello finalmente salió —comentó delicadamente Berta con un cierto aire que sonaba alegre pero, a la vez, con una señal que dejaba apreciar una melancolía en su voz. —Más o menos te pasó a ti, Berta, lo mismo que a mí. Pero yo reconozco que lamentablemente disfruté de una relación muy corta aunque eso sí, muy intensa. Siempre he creído que me aportó mucho más él a mí que no al contrario, aunque siempre se empeñara en desmentirlo. Confieso que después de aquella tarde de delicioso café y cigarrillos, bueno, los nuestros porque él ya hacía mucho tiempo que no fumaba, algo comenzó a ser diferente. Aquella en la que me lo presentaste casi por sorpresa nació entre nosotros una tal vez breve, pero muy bonita relación en la que mi vida dio un giro agradable y de lo más inesperado. En cambio me llamaron igual que a ti, y supe en aquel mismo momento que algo pasaba pero evidentemente, no podía imaginar ésto —dijo Noa. —¿Qué te dijeron a ti? —preguntó Berta. —En la conversación que tuve con el representante de aquel bufete de abogados, me explicó que tenían en depósito para mí un billete —sin fecha fija— para viajar durante seis días a Venecia con todos los gastos pagados y desde luego, me entregaron un sobre con toda la documentación. Me pasó lo mismo que a ti, lo tuve allí guardado durante algún tiempo. Pasaron semanas y también, como tú, volví a leerlo algunas madrugadas.

Cuando me levantaba, después de algunas noches en las que tenía sueños extraños, abría el cajón de la cómoda y podía comprobar lo que era un hecho indiscutible, allí estaba aquel sobre esperando. Esperándome. —¿Queréis decirme que las tres estamos aquí por la misma razón? —preguntó Leire. —¡Sí! —contestaron a la vez sus dos amigas. —¿A ti también te llamaron, Leire, desde algún bufete de abogados? —preguntó Noa con un cierto aire de curiosidad, a la vez que mostraba extrañeza en su voz. —¡Ya lo creo! Y me dijeron textualmente lo mismo que a vosotras, pero para mí la ciudad que eligió fue Londres. Igualmente eso sí, con todos los gastos pagados y también para seis días. En el sobre había una nota que decía que sabía cuánto me gustaban sus calles y también sus costumbres y quería que esta vez disfrutara la ciudad de un modo totalmente diferente a mis otras veces. No supe qué quería decir exactamente en aquel momento. Pero yo no esperé, dejé a mis hijos con su padre y me fui. Os aseguro que disfruté cada minuto de aquellos días como nunca lo había hecho antes en ninguno de mis viajes y me emocioné una y otra vez desde que partí hasta que volví a mi casa. Ahora, todavía le doy más vueltas al porqué de esta actuación y más aún, a por qué estamos aquí las tres. Algo nos tendrá preparado. —Es evidente que para juntarnos a las tres al mismo tiempo, no cabe otra explicación posible —dijo Noa. —Para algo más, creo yo —añadió Berta. Él suele hacer las cosas siempre con un objetivo final. Así pues espero que lo descubramos muy pronto. No sé, llamadlo si queréis intuición, pero es que tengo la sensación de que después de hoy, todo será diferente, muy diferente.

—¿Piensas en algo especial? —preguntaba Leire. —No lo sé, querida, pero sí te puedo asegurar que tengo muchas ganas de que podamos estar todos juntos ahora que nos encontramos aquí. Y he de confesarte también, que me llena de ilusión la mera idea de que nos cuente todas sus experiencias durante todo este tiempo. Sé que no habrá escatimado esfuerzos para impregnarse de increíbles y buenas sensaciones.
Las tres chicas se encontraban hospedadas en el lujoso Hotel Roc Blanc, situado en un precioso enclave dentro de la Parroquia de Escaldes-Engordany, casi en el mismo centro del pequeño pero incomparable país del Principado de Andorra. La habitación elegida para cada una de ellas era la Suite Experience. Les brindaba nada más entrar, un colorido y una agradable sensación en el ambiente de lo más sensual, que las invitaba al relax. Desde sus ventanas se puede ver prácticamente todo el precioso valle además de la imponente cúpula del Centro Termal Caldea en el cual su anfitrión, deliberadamente, esperaba que las tres pudieran descansar y recuperar la vitalidad, ya que sus servicios y su gran reputación invitan a ser visitado y sobre todo estimulan a ser ampliamente disfrutado. No coincidieron entre sí a su llegada a la recepción del hotel, así que todavía no sabían que iban a encontrarse. Sólo las unía en aquel preciso instante —sin saberlo— aquella carta que las invitaba, o más bien las emplazaba, a estar allí y saborear la magia del momento aquel día 11 del todavía no demasiado frío mes de septiembre. Al llegar para inscribirse en recepción con la reserva previa que tenían asignada y tras facilitarles la tarjeta que abría su habitación, el director del Hotel, de una forma amable les había entregado una nota escrita a mano en la que se les indicaba —a cada una de ellas— que a las 20:00h tenían reservada una mesa en el salón privado. Una vez allí podrían comprobar que la mesa estaba junto a la gran chimenea con cúpula de cobre, adornada a sus lados con objetos de cocina marcadamente antiguos también del mismo material, que destacaban sobre la pared de pizarra negra. Indudablemente, a estas alturas de su aventura, ya nada de lo que les ocurriera podía sorprenderlas, o quizá sí.
……….

Llegaron a diferentes horas y también casualmente lo hicieron por distintos medios. Una de ellas desde el norte de Europa, donde había asistido a una convención sobre novela negra nórdica, en la que se debatía el efecto que produce este tipo de escritura al ser la más vendida en el mundo. Las otras dos amigas llegaban desde la península aunque desde ciudades diferentes, de modo que la que llegó primero tuvo tiempo de dormir una siesta antes de bajar a cenar, mientras que las otras dos tomaron un baño de lo más relajante. A una incluso le dio tiempo a leer durante más de una hora, como solía hacer por norma. Posteriormente —con esa actitud que tenían las tres en común— fueron preparándose para ir bajando y acudir a la gran cita, con un toque de excitación y al mismo tiempo una dosis de nerviosismo. La ocasión que les permitiría volver a verle, requería poner en práctica esa cualidad que compartían y que a él le fascinaba tanto. Sencillamente resultaba exquisita su puntualidad demostrada cada vez que se encontraban y repetida en otras muchas ocasiones. Nadie sabía de donde le venía aquella fascinación por la puntualidad y por los relojes, pero es cierto que impregnaba de ella a los demás y al final cuando se le oía hablar de todo aquello, del tiempo, de la maquinaria que hace mover las manecillas de la maquina y finalmente de la puntualidad misma, resultaba algo realmente exquisito. Mientras bajaba ilusionada en aquel amplio ascensor se permitió unos últimos retoques de maquillaje frente al gran espejo que cubría toda la parte trasera de la cabina de arriba a abajo. Se miró de la cabeza a los pies, se desabrochó uno más de los botones de la camisa y en aquellos instantes se puso a pensar en las enormes ganas que tenía de volver a abrazarle y en el interminable número de anécdotas y aventuras que seguro tendría preparadas para contarle con todo lujo de detalles. Se abrieron las amplias puertas, juntó los labios para fijar así el intenso rojo Valentino con el que levemente se había retocado, en el momento en que un apuesto botones que se encontraba frente a la puerta le indicaba —ante su pregunta— con un ligero gesto de su brazo, la dirección correcta para llegar al salón privado. Comenzó a andar con una pizca de nerviosismo y en ese instante oyó como decían en voz alta su nombre. —¿Berta? ¿Berta, eres tú? Primero fue una muy sorprendida Berta que al darse la vuelta se encontró casi frente a frente con Noa, o tal vez ocurrió justo al revés. —¿Noa? Pero… ¡No puede ser! Se abrazaron efusivamente y se dieron infinidad de besos. Hacía bastante tiempo que no se habían visto. Evidentemente ambas tenían aquella carita de sorpresa y mientras los abrazos y los besos se repetían, seguían intentando averiguar cómo la casualidad las había juntado a las dos en aquel lugar o si era todo un simple hecho aislado provocado por los avatares que el destino les tenía reservado. Empezaron ambas a preguntarse cosas, a querer saber qué era lo que estaban haciendo en aquel momento, que si escribes, que si trabajas, que si viajas, que si has venido sola o acompañada, que si dame otro abrazo, que si te doy otro beso. Las preguntas se sucedían y los abrazos fluían de un modo muy cariñoso. Pero como ocurre en estas ocasiones, las sorpresas no siempre vienen solas. Tal vez no habrían pasado ni tres minutos desde que oyó con auténtica sorpresa aquella voz que la llamaba por su nombre y cuando todavía se estaban abrazando como hacía mucho tiempo que no habían podido hacerlo, le preguntó qué era lo que la había traído hasta allí. Antes de que pudiera responderle, apareció casi casi de repente Leire que, con los brazos generosamente abiertos, corría por el pasillo hacia donde estaba su amiga gritando su nombre. Justo al llegar donde se encontraban ambas estrechó entre sus brazos con cariño a una más que sorprendida Berta durante unos largos segundos, a la vez que daba saltitos de alegría. Se miraban, sonreían, casi hasta soltar unas lágrimas y otra vez se volvían a abrazar. Si hubieran querido proponerse un encuentro así, o si alguien les hubiera propuesto que hicieran un esbozo con el dibujo de cómo sería su reencuentro, es más que probable y más que evidente, que jamás hubieran pensado que llegaría a suceder de aquella forma, que por otro lado y a la vista de todos se manifestaba de esa manera tan bonita y tan cariñosa. Leire abrazaba a Berta de un modo especialmente afectuoso. No dejaba de reír y de demostrar su inmenso júbilo. Hacía demasiado tiempo ya que no se veían y aunque al principio se dijo a sí misma, no puede ser ella unos segundos después mientras veía los gestos y los abrazos que le daba a la chica que tenía a su lado pensó que no podía equivocarse. La veía diferente, sí, era casi imposible que estuviera allí, también, pero era ella, sí, era ella y empezó a correr por el pasillo mientras decía su nombre: Berta.
—Pero bueno, bueno, bueno ¿Cómo tú por aquí mi querida Berta? —le preguntaba su amiga con el rostro alegre y aquella carita de auténtica y a la vez agradable sorpresa, mientras abría aquellos hermosísimos ojos verdes, una vez que se separaron momentáneamente de aquel largo y cálido abrazo.

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